Cajón negro

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Al rey del zapateo:

Por tus venas dejó de circular la sangre negra que presagió el luto de tu partida. Mientras tu espíritu se mueve libremente en una atmósfera desconocida, tu cuerpo descansa inmóvil frente al reflejo de la mirada oscura de quienes te despiden. Por ahí andarán oxidadas las cuerdas de tu violín que hoy es herencia. Por ahí andarán las cadencias enterrándose en tus cajones. El Carmen llora y llora, cuando la costumbre manda festejar, porque el ritmo ya no aflora de tu casa musical. Y el ritmo, aquel ritmo de tus incansables pies fueron perdiendo forma, compás, movimiento. La parálisis te quitó el salero. La diabetes te arrebató una pierna. La silla de ruedas fue tu último asiento. El cajón, en tanto, apolillaba su madera, y la guitarra sonaba con acordes de lamento. La percusión de tus amigos acompañará la comparsa, cuando tus hijos negros te lleven por el viento.

Los niños zapatearán en tu nombre. Los grandes intentarán tu reemplazo. La vida te llevó del brazo a cuánto escenario te has subido. Negro, la música te tiene a ti y tú no tienes música. La cosa así no tiene sentido. Es lo que muchos tenemos hoy en mente, cuando el festejo de la vida calla porque has partido.

Los ambientes de tu casa no sentirán más el repique de tus pies cansados. Tus mejores zapatos hoy se entierran contigo. Recién a estas alturas de tu muerte te visitará algún viejo amigo, quizás el Presidente, o gente que en vida te tuvo en el olvido.

En Chincha seguirán apellidándose Ballumbrosio. Aunque Amador, el afro peruano del folclor, haya muerto. Mientras tanto, por los escenarios subirán otros negros, otras suelas, otros intentos. Pobres émulos, no serán más que carabinas de Ambrosio.

Hasta siempre, maestro.