Matadoras de maldiciones

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A las chicas más chicas del vóley peruano:

Debe ser un sueño que pocos peruanos soñamos volver a tener. Casi nadie advirtió la tremenda epopeya de anteayer. Lejos de casa, ustedes, metidas en el peor grupo que les pudo tocar, con apoyo cero de casi todos los sectores (incluso la afición), sacaron adelante un contundente primer resultado de 3 – 0 a favor de la blanquirroja, representándonos en el Mundial de Vóley Sub18 en Tailandia. Como un flashback, algunos recordaron Seúl 1988.

Las chinas, actuales campeonas mundiales, 10 ó 15 centímetros más altas, rápidas, favoritas, tuvieron que inclinar la cabeza ante su juego limpio y contundentemente agresivo. Ustedes, nuestras chicas de 18 años, de miradas tímidas y de frágil expresión, demostraron que su pasión por el vóley valió más que cualquier mezquindad que el Perú y su Gobierno pueda tener hacia el deporte.

Ayer el resultado se repitió y la alegría fue mayor. Le habíamos ganado al campeón de África. Túnez, al igual que China, perdió los tres sets ante ustedes, chicas. Las tunecinas completamente desconcertadas por el poderío que demostraron, no pudieron aguantar mucho. Este segundo rival terminó impreciso a más no poder y sin mayor oportunidad de cumplir como corresponde en la cancha. Achatadas. Ni más ni menos.

La verdad de esta historia es que la gran sorpresa que nos están dando no es gratuita. Detrás de ella existe un inteligente trabajo del técnico Hernán Artieda, disciplina individual, compenetración como equipo, el suficiente training con rivales importantes y el apoyo incondicional de cada una de sus familias (mas no del Gobierno).

Ahora quizás algunos estén pensando rotularlas como “Las joquitas del vóley”. Sería como querer opacar toda la alegría que están dándonos al colocarse entre las 8 mejores del mundo. Sería como querer tapar el sol con un dedo. Sería como pretender negar que las “Matadorcitas”, con su juego, buscan terminar con la maldición del deporte peruano.

Y lo están logrando.

¡Gracias a Dios!

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A los padres de la patria:

Celebro con gran entusiasmo la nueva norma que se acaba de aprobar en el parlamento. Diría en esta oportunidad que más valió tarde que nunca. Con estas palabras hago referencia al proyecto de ley ─aprobado por unanimidad─ sobre la igualdad de confesiones religiosas, cuya aprobación significa un hecho trascendental y un enorme avance que anota un punto a favor de la democracia y la justicia en nuestro país.

Explico el porqué:

Punto uno: La iglesia Católica ha gozado de toda la predilección del Gobierno por mucho, mucho tiempo. Ésta le ha favorecido en cuestiones tributarias, subvenciones, en la inclusión obligatoria del curso de Religión (Católica) en la currícula escolar, en múltiples incursiones de participación política y hasta en actos oficiales como el Te deum, dentro del programa de actividades por Fiestas Patrias (del Perú de todos los peruanos). Y se supone, al menos así dice el papel, que somos un Estado Laico, donde no existe una denominación de fe promovida por el Gobierno, o que tenga un carácter de oficial.

Punto dos: Me da alegría inmensa por las horas de aburrimiento y martirio que ya no tendrán los hijos de algunos amigos en las escuelas donde estudian. El curso de Religión (Católica) impartido de forma obligatoria en los colegios del Estado, me parecía una cuestión absurda. Era como recibir 11 años de catequesis e inducción a una sola religión. Eso traía que como robots tomemos “decisiones de fe” marcadas en el calendario escolar. Gran avance, en ese sentido. Porque la fe, como tal, debería ser profesada luego que el individuo toma una libre decisión de entre los credos que existen. Sin embargo, esa gama de opciones no se encuentra como debería encontrarse realmente en un curso de religión, que para mí debería llamarse “Estudio de las religiones”.

Punto tres: Acabo de leer, en el diario Perú 21, que monseñor Miguel Cabrejos “lamentó que no hayan sido consultados antes de elaborar la norma aprobada ayer en la Comisión de Constitución”. La pregunta que me hago es: ¿tenía que consultárseles algo? Y sobre esta actitud es mi punto final. La Iglesia Católica, más por mala costumbre que por justicia, se ha sentido con derecho a muchas cosas dentro de nuestra sociedad. Las otras denominaciones, con la misma o mayor religiosidad en sus feligreses, nunca fueron consideras al mismo nivel que la iglesia Católica, o no tuvieron la misma recepción. Con la aprobación de esta norma, se afirma la idea de libertad de credo, se acaba, de algún modo, con la discriminación que existía hacia otras iglesias al poner las mismas reglas para todas, también se avanza a la idea de conseguir en algún momento un Estado laico, y se termina con la discriminación que el Gobierno tenía hacia las diferentes religiones que se practican en nuestro país.